CAJEROS MAJADEROS

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Por: Mercedes Azcano                Dibujos: José Luis

Cuando su tía Güincha le enseñó la tarjeta magnética, Ismael vio los cielos abiertos, se acababan para él las largas colas en el banco, acompañándola a cobrar los pesitos de la jubilación. Así, muy contentos fueron tía y sobrino para el cajero automático y allí empezaron las complicaciones.

El que les quedaba cerca de la casa estaba fuera de servicio. Bajo tremendo sol caminaron hasta el más próximo y al llegar, se encontraron que no tenía conexión. A esa hora, Güincha la emprendió a carterazos con el cajero, vino el guardia de seguridad, y como la tomara del brazo para sacarla de allí, la viejita se puso a guapear atenida al sobrino.

Ismael, con sus 70 kilogramos y sus músculos de relojero, intentó apaciguarla. El guardia, con la complexión de un luchador de sumo, se berreó cuando Güincha blandió la sombrilla y le asestó un golpe en la cabeza. Horrorizado, Ismael arrastró a la tía hasta casa de su amigo Lalo para que la anciana se refrescara un poco. Lalo y su hermana Martica intentaron aplacar a la anciana, con un cafecito acabado de colar.

-No se ponga así, mi viejita, que le puede subir la presión -insistía Martica, que conocía los arranques de mal genio de Güincha.

-Los cajeros automáticos son muy útiles, porque uno puede ingresar o sacar dinero a cualquier hora o cualquier día de la semana –aseveraba Ismael.

-Ejem…, discrepo, porque Güincha no puede exponerse al peligro de ir de noche a extraer dinero y ni contar las veces que me he llevado el chasco de que los cajeros no tienen efectivo los sábados o los días festivos –dijo Lalo, sin darse cuenta que le echaba leña al fuego.

Por solidaridad fueron los tres con Güincha a un banco tan distante que les obligó a trasladarse en un almendrón. Al oírlos conversar sobre el tema de los cajeros, el chofer le dijo a la anciana: “Ocamba, no coja tanta lucha que le va a dar una sirimba, mire, el otro día yo fui al banco y de cuatro cajeros, funcionaban dos, uno de ellos no tenía divisa y el otro, solo daba billetes de 5 CUC”.

Cuando Güincha iba a sacar chaqueta con el chofer por meter la cuchareta sin ser invitado y llamarla “ocamba”, llegaron a su destino. Ismael, “tan ahorrativo” como siempre, se hizo el disimulado para dejar que Lalo pagara. Al ver los cuarenta pesos a la viejita casi le da un síncope. “En mi época con ese dinero le hubiéramos dado la vuelta a Cuba…”

En el banco, después de hacer una colita respetable, por fin les llegó el turno. Martica quiso ayudarla en la operación, pero la desconfiada Güincha se negó. A nadie revelaría sus dos grandes secretos: la edad y el código PIN. Para colmo, por presunción no usaba los espejuelos en la calle, de ahí que al equivocarse varias veces al marcar los números, el equipo se “tragó” la tarjeta.

Aquello fue el acabose, Güincha parecía que iba a echar espuma por la boca. Para entretenerla, mientras Ismael reclamaba en el banco, a Lalo se le ocurrió contarle un chiste de internet. “Este es un abuelo que se ejercita en el gimnasio y le pregunta al entrenador qué equipo usar para impresionar a una joven. Como el viejito está destartalado, el otro le recomienda: el cajero automático”.

La cara de la anciana se transfiguró. Iba a soltarle una barbaridad, justo cuando apareció Ismael con la tarjeta en la mano. Tras convencer a Güincha de la necesidad de dejarse asesorar por Martica, y una vez que esta juró guardar el secreto del código PIN, lograron hacer la operación. Victoriosa, la anciana exhibió el billete de veinte pesos. A Ismael, casi le da un síncope.

-Tía, ¿pero nada más que sacaste veinte pesos? –preguntó, sin poderlo creer.

-Mi’jo es que yo soñaba con la tarjeta magnética para poder ahorrar la pensión, tú verás que ahora sí voy a llegar a fin de mes con los pesitos de mi jubilación.

 

 

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