TRAIGA SUS HUEVOS Y RECOJA SU COCHINA

Por: Mercedes Azcano Torres       Caricaturas: José Luis y Lema

 

Preocupado por sus tíos María y Pedro, ambos de avanzada edad, Lalo había decidido mudarse con ellos por un tiempo. El trabajo a distancia y la amplitud de la casa se lo facilitaban. Parecería natural la inquietud del sobrino, sin duda los ancianos precisaban apoyo para no exponerse a los peligros del coronavirus.

Sin embargo, ese no era el único motivo para su ansiedad, y es que los ancianos, en un acto de locura (a juicio de Lalo) pretendían casarse. Después de medio siglo viviendo juntos, María afirmaba que la cuarentena había sido la prueba de fuego para la relación. Ahora sí se sentía segura del amor de Pedro y por tanto, este era el momento de formalizar el matrimonio, para de paso celebrar el arribo a la nueva normalidad.

Y si para Lalo habían sido meses duros, saltando de cola en cola, para asegurarles los abastecimientos, lo del cake pintaba negro con pespuntes grises.

Ismael, el amigo de Lalo, lo acompañó a ver un dulcero conocido.

—Traiga sus huevos —gritó el tipo a través de la reja— y, por supuesto el azúcar y la harina…

Por suerte el que persistieran las medidas de distanciamiento salvaba a Lalo de una gran celebración, pero así todo, se preguntaba cómo conseguiría lo necesario para festejar el matrimonio de sus tíos, de forma modesta, pero digna.

—Lo de los huevos no es tan difícil, reunimos los de la cuota, más los que a ellos les dan por ser mayores de 65 años, y a pasarnos el mes haciendo cola en el Tencent para comprar huevos hervidos —sugirió Ismael, al llegar a la casa.

Lalo, ahogado por la caminata bajo el sol, se quitó el nasobuco y fue directo a lavarse las manos.

—El azúcar también se reúne, pero y ¿la harina?

—Esa la pongo yo, que encargué dos paquetes en una compra online para hacer las croquetas el día de mi cumpleaños, el 28 de abril, y se demoraron tanto en la entrega a domicilio, que cuando llegó la harina, la guardé en el frío para garantizar las croquetas de diciembre.

Mientras esperaba para cumplir la rutina de la higiene, Ismael reparó en un banquito junto al fregadero.

— ¿Y eso, ahora te sientas para fregar?

Lalo, toalla en mano, le respondió:

—Ese es el que llevaba tío Pedro para la cola de los medicamentos en la farmacia, y la verdad es que si no es por la pena que me da cargar con él, lo usaría, porque ahí se marca de madrugada.

Al oír su nombre, Pedro entró en la cocina.

— Tu tía María se está bañando, ¿y por fin pudiste resolver? —sin esperar la respuesta comenzó a preparar la cafetera— para festejar la buena suerte que nos acompaña hoy, haremos una coladita del oro negro, que el café está más perdido que el petróleo…

Intrigados por el motivo de la celebración, Ismael y Lalo se miraron. Entonces Pedro les contó de un amigo de Playa, quien al enterarse de la boda, se puso tan contento, que le había prometió una cochina.

— ¿Dónde vive el socio? —preguntó el sobrino, desconfiado.

Al cantío de un gallo, pero de un gallo con eco, quedaba la casa del amigo de Pedro. Tras caminar como bestias, Lalo y el pobre Ismael llegaron a su destino. Llevaban una soga en la jaba, porque como no sabían el tamaño del animalito…

— ¿Animalito?, pero de qué animalito hablan ustedes —inquirió el hombre y sacó una col — bueno, aquí está el encargo, que lo prometido es deuda.

—  ¿Una col? —preguntaron a coro, los amigos.

— Sí, cuando Pedro me habló de la boda, pensé que como él y María tienen el colesterol tan alto, lo que mejor les vendría es una ensalada de col china.

 

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